Situémonos en los años 1960-75. En España la sociedad iba por delante en ideas y apertura de mente de los gobiernos del Caudillo. Unos cuantos hijos de ‘la clase obrera’ tuvimos la suerte de ‘colarnos’ en una institución que, más menos hasta entonces, estaba reservada a los jóvenes con alto nivel económico: la universidad. Es más: los pocos – y mucho menos las escasas mujeres– que llegamos a ella recibíamos becas del propio Estado.
Entonces no se hablaba ‘del ascensor social’ de los universitarios, pero los que logramos con esfuerzo terminar los estudios salíamos a un mercado amplio que necesitaba a todos aquellos/as que conseguían su licenciatura o su ingeniería.